sábado, 17 de julio de 2010

VIII El Silencio



Abrió poco a poco los ojos para ver el sol entrando por la ventana. Su cuerpo estaba cansado, casi no había dormido. Apenas llegó se bajó del auto de Nadeo sin decir una sola palabra y corrió a su habitación. Las palabras que le dijo resonaban aún:

-“Si no me quieres volver a ver, lo entenderé”

Un desayuno pobre, un día pobre, un sentimiento pobre. Todo luce así, y es que posiblemente él también se ha equivocado.

Más tarde, tres días después de no salir de su habitación, por fin se aventura a verles la cara a sus hermanos en una cena que se organizó por el cumpleaños de Pablo. Luego de comer pastel, salió a caminar. En el pueblo ya se comentaba que Nadeo Luque estaba por viajar y sus padres le organizaban una fiesta. Sería un evento muy importante,y para Luciano, una oportunidad más de verlo, aunque ya estaba planeando alguna posible excusa para no ir y evitar un mal rato.

Del otro lado, desde una ventana que daba a la playa, Nadeo miraba el paisaje, unas pocas noches después el escenario sería distinto. Era casi imposible decidir qué llevar y qué dejar, la ropa de verano no le serviría en la ciudad, menos en el invierno que vendría, pero sería lo único que le recordaría fielmente a Luciano. La camisa de la noche que lo conoció, y con ella, el recuerdo de su mirada graciosa y su sonrisa tímida. Todo era un antes que ahora sería un hasta pronto.

A veces un simple gesto se termina por convertir en un hecho grandioso. Nunca sabemos lo que nos espera a la vuelta de la esquina. En ese viaje de verano, en la fiesta a la que no queremos ir, en una conversación tonta o en una sonrisa cortés

-¿Dónde estarás?

Lejos, Luciano estaba sentado en el bar de la plaza, con un grupo de amigos, en medio de una conversación y con algunas canciones de la rocola. En ese momento era imposible no jugar con el dedo sobre la superficie del vaso, helado, con esas gotas que se forman, igual que las gotas de sudor en el cuerpo, igual como cuando jugaba sobre la espalda de Nadeo.
Del otro lado, él, cerraba una caja con ropa y zapatos, cerraba un libro.

La noche de la fiesta, Luciano decidió ir para despedirse. Su presencia sería muy corta. Llegó con un grupo de amigos y todos pasaron al jardín. Nadeo estaba de traje recibiendo a los amigos de su padre y sonriendo para las fotos.
Todavía no se habían topado y la noche ya estaba avanzada. El padre de Nadeo hizo un brindis de honor, proclamó palabras para su único hijo, quien volvería otro año a su vida de futuro médico, trayéndole más logros a su familia. El pecho inflamado de su padre no cabía en ese cuerpo regordete. Más tarde, todos estaban bailando sobre la pista que se armó, brindaban y se regocijaban.
Sentado sobre una mesa solitaria, Luciano sonreía a cada gesto de sus amigos en la fila del baile.

-“¿Me puedo sentar?” – “Claro, estás en tu casa, Nadeo”
-“¿Te estás divirtiendo?” – “Es una bonita noche, una bonita fiesta. Tu padre se ha esmerado mucho”
-“Asi es, no lo veré en bastante tiempo, por eso quiso hacer algo especial”
-“¿Cuando te vas? – “Mañana por la tarde”
“Siento mucho las cosas que te he obligado a hacer, Luciano” – “No tienes que decir nada, ambos quisimos, desde el día que te conocí hasta la otra noche”

-“¿Podemos hablar en privado?”
– “No creo que tenga sentido ya” - "Esta es mi dirección, si algún día vas a la ciudad, búscame. Me gustaría ser tu guía, como tú lo fuiste conmigo".

La noche prosiguió como si nada hubiera pasado, salvo por Nadeo que desapareció y no se le vio más. Horas más tarde, luego del último almuerzo con sus padres, tomó su equipaje y partió a la estación.
El tren estaba ya listo para salir. Se despidió de su madre y de su padre, prometió llamar seguido. A las dos en punto el tren comenzó a avanzar. Poco a poco se iba alejando la imagen de la estación.
Como un espejo brillante por los rayos del sol, la costa se alzaba entre las últimas casas del pueblo.
Se quedaba atrás la playa, la plaza, el pequeño bar, la iglesia, la mansión que llegó a sentir como su hogar. Se quedaba atrás Luciano, sus comentarios de asombro e intriga a todas las cosas que él le contaba sobre ese mundo exterior que jamás había visto. Su risa tímida y las frases inteligentes que se esforzaba en decir para sorprenderlo. Ahí sentado mirando atentamente lo inmensidad del mar, Nadeo cerró los ojos para dormir, pero se cruzaban imágenes, esas imágenes que aparecen como un collage, velozmente.

Sobre una colina, cerca a las rieles del tren, Luciano estaba parado esperando el paso del tren. Minutos después lo logra divisar, apenas puede distinguir las ventanas pasar rápidamente. Luego que se fue, levanta su bicicleta y regresa en silencio a su casa. Es cierto que alguien se va, pero es cierto que también se queda.

VII La despedida


Sucede que en algunas madrugadas uno no puede dormir porque se han ido acumulando imágenes, una tras otra; sensaciones, una tras otra; fracasos, uno tras otro. Y el cuerpo suda, se calienta, como si la sangre llegara a la ebullición muy dentro. Los temores merodean y van destilando perturbación a su paso, pocos consiguen el sueño, y los que lo logran, se topan con pesadillas o realidades suspendidas en el tiempo.

Era una tarde de invierno hace varios años. La playa parecía un cementerio y el gris rompía la visión de todo aquel que pasaba por la orilla. Luciano tenía 12 años en ese momento, solía jugar ajedrez con Doménico, el hijo menor de una mucama que había muerto de cáncer. La madre de Luciano decidió cuidar del muchacho sin dudarlo cuando quedó huérfano a los ocho años. El destino hizo que Doménico pudiese seguir viviendo en la casa grande, como si fuera uno más de aquella familia.
La hermana mayor de Luciano nunca hizo el intento de hablarle y más bien sólo sentía lastima por él. Macarena tenía 18 años y ya preparaba su viaje a Madrid pues había decidido irse a vivir con su padre. La relación con su madre nunca fue muy buena y su padre le ofrecía una vida moderna y llena de lujos en España, lejos de la arena, el calor insoportable y la gente mediocre, como llamaba a todos en el pueblo.
Luego que ella se marchó, la familia se quedó con solo los tres varones. Estaban Luciano, Fermín y Pablo, y la madre, una mujer con un corazón lleno de felicidad que consentía todos los gustos de sus hijos, incluyendo los de Doménico, a quien llegó a querer como uno propio.

Todas las tardes salían al jardín de la casa grande, organizaban una serie de juegos mientras la madre los contemplaba sentada en su mecedora de madera tallada junto a la pileta. Pasaban horas y horas hasta que anochecía, regresaban directo a la ducha para luego ir a cenar y dormir. Nunca fueron más felices, pese a la partida de Macarena, la casa se llenó de un espíritu distinto. Posiblemente los años habían pasado y las heridas de una mujer engañada ya estaban curadas. La madre por fin comenzaba a sentir la paz que tanto buscaba.

Fermín cumplía años en Junio y todos preparaban la fiesta. Se mandaron a traer luces, sillas, mesas, vajilla fina, copas y varias botellas de vino. El jardín se transformó en una sala de gala, recibiendo a tanta gente como cabía ahí.
Los niños se perdieron entre los invitados. Corrían como locos y con esas ganas de buscar aventuras, los pequeños cruzaron el cerco de la casa, nadie se preocupó por la pandilla pues todos estaban ocupados dentro. La noche estaba bastante oscura y casi no se veía a lo largo del camino áspero y rocoso, pero ellos seguían jugando. En aquel descuido, luego de trepar por las piedras, Doménico resbaló y cayó un par de metros, rodó sin parar a la vista estupefacta de los demás niños que se detuvieron al oír el estridente grito. Inmediatamente llamaron a la madre pero nada pudo hacer, el niño había muerto al chocar su cabeza con una piedra en el tramo de su caída. Pese al sentido momento, se trató de mantener en el estricto privado el incidente. La madre de Luciano siempre temió la habladuría y por ello prefirió enterrar a Doménico en la parte trasera de la casa grande, con muy pocas personas, sin testigos, sin el mínimo interés de recordar algún día ese deceso. Pese a que quiso mucho al niño, siempre evitó el escándalo, capaz como remedio y consuelo de años de engaño y vergüenza en un matrimonio falseado e infeliz, en el que todo giró al ritmo de la opinión del mundo entero.

Luciano sentía la misma perturbación en su madre, las pesadillas hacen vivir visiones tan reales y próximas, de entre tantos miedos, su peor temor era verla atravesar un nuevo desconsuelo. La conocía bien, fue criada en un hogar conservador y machista, sería una puñalada conocer más de su hijo de lo que creía conocer. Es entonces que decide no dormir, por lo menos ver el amanecer limpia la mente con una imagen fresca de verano pero luego pensaba en Nadeo, en lo que vendría después. Pese a que buscaba evitar cualquier contacto, su intensión era terminar con aquella amenaza, por el bien de ambos, y en especial por el de Nadeo. Aun creía que merecía seguir siendo el hijo perfecto, volver a la ciudad y seguir su vida sin que aquel paso por la playa se le convierta en una marca imborrable. Luego comenzaba el sonido de las gaviotas y le recordaba la noche que estuvo con él, luego vinieron los primeros rayos de sol y parecía que aun estaba durmiendo sobre la cama, a su lado.
Horas después llegó el momento que se esperaba, otra carta había llegado y Luciano, que hacía guardia en la entrada de la casa, estaba ya leyendo el lugar y la hora del encuentro. Se especificó exactamente el monto, parecía bastante razonable. Se pidió que Luciano vaya solo, deje el dinero cerca a la fuente del parque pasadas las dos de la mañana.

Nadeo mandó el dinero requerido con su chofer a la casa grande luego que Luciano le comunicara los detalles de la nueva carta. Hasta las dos de la mañana esperaría en su habitación, en silencio, como acumulando calma para soportar la presión, como ahogando las ansias de saber de quién se trataba, pero tal situación ameritaba hacer algo más que ceder, algo más que ser parte de un juego que podía seguir sin un final. Llegada la hora, salió sin hacer ruido y por la puerta de servicio. Llegó al parque, desolado y oscuro, dejó el dinero donde se lo habían indicado y sintió que alguien lo observaba de entre las sombras. Seguramente el sujeto estaba ahí parado, mirándolo y esperando a que se vaya para recojer el dinero. Por primera vez en mucho tiempo, esa noche hacia frio, capaz como señal de que el verano ya se iba.

Luciano no pretendía moverse sin conocer a la persona que jugaba con él pero desistió ante el miedo de sentirse solo y estar a merced de sabe Dios quién. Dio media vuelta y comenzó a caminar lentamente, tembloroso y con las manos heladas. En ese momento, una voz bastante conocida le dijo que se detuviera. De entre las sombras de los árboles, salió Nadeo, apurado en ir frente a Luciano:

-“No te asustes, soy yo” – “¿Tú?”

Luciano alzó los brazos como tenazas hacia el cuello de Nadeo y apretó con todas sus fuerzas

-“Loco, estás loco” gritaba, pero ni con todas sus fuerzas pudo con él.

-“Entiende que lo hice porque necesitaba saber si todavía estabas interesado en mí” – “No comprendo de qué hablas”
-“En el fondo sabes que no sólo hacías esto por ti, también lo hacías por mí. Temías por ti pero más por mí, por mi familia, porque te intereso”

Luciano se lanzó otra vez sobre Nadeo, le comenzó a cuestionar una y otra vez lo que hizo. Nadeo jamás se defendió y por el contrario lo enrabiaba más con sus palabras

-“Lo merezco, pero sabes que no puedes hacerme a un lado”

Nadeo se pone sobre de él, sujetándole los brazos fuerte

-“Niégame que pensabas en mí. Lo hice para estar juntos, para tener alguna razón de vernos. Yo te echaba de menos y no soportaba no saber de ti. Niégame que no funcionó, viniste a mí, a pedirme ayuda, porque soy todo lo que tienes, acéptalo”

Luciano afinaba sus gestos de ira pero sus fuerzas se iban apagando. Nadeo lo levantó de un tirón y lo sujeto a su pecho, comenzó a caminar casi llevándolo cargado, mientras seguía dando explicaciones de lo que había hecho.
Se llevaba a Luciano varios metros lejos de la fuente hacia su auto, escondido metros más allá. Luciano había dejado de oponer resistencia ya

-“Cállate y sube al auto” – “No iré a ningún lugar contigo”

Pese a su oposición, es subido. Nadeo le abrocha el cinturón y arranca velozmente

-“¿A dónde me llevas? ¿Me vas a matar?” – “¿Pero qué dices? Sólo quiero que hablemos. El verano está terminando y quiero saber que vamos a hacer"
-“No haremos nada, tú regresarás a donde perteneces y yo me quedaré aquí, ¿Es tan difícil de entender eso? – ¿Es eso lo que quieres entonces? Pregunta Nadeo al momento que frena intempestivamente el auto

-“Vamos, respóndeme” - “Si, eso quiero”
“Bueno, bájate del auto entonces. Eres libre”

Luciano baja del auto y camina al borde de la carretera mientras Nadeo arranca otra vez y comienza a seguirlo a paso lento con el auto.

-“Déjame de seguir, vete” – “¿Y cómo vas a llegar a tu casa? Estamos en mitad de la nada"
-“Ese es mi problema”

Nadeo frena una vez más y se baja. La cara de Luciano se ilumina al voltear contra los faros del auto y ver el cuerpo de Nadeo acercársele. Lo sujeta y lo arrastra fuera de la carretera, entre los árboles.

-“No te voy a dejar ir”

Poco después Luciano recostaba su cabeza contra el piso. Sobre él, Nadeo, su boca y sus manos. Ambos temblaban y no era el frio. Entre los árboles secos iba oyéndose el respirar profundo de ambos. La última vez, la última noche era pactada en silencio.
Parecía que morirían asfixiados por ellos mismos.

jueves, 18 de febrero de 2010

VI La Carta


El brillo de su pelo aumenta con la luz que atraviesa el vitral español, mientras sus labios van cambiando de forma en cada palabra que dice. Su aura se eleva y casi se siente la paz de su narración. Luciano, desde lejos, sigue atentamente cada gesto que hace mientras habla. Han pasado varios días y es la única oportunidad de ver a Nadeo aunque sea una mañana de domingo, frente al podio, dando la lectura que le encargó el cura:

-“Porque los que viven conforme a la carne, de las cosas que son de la carne se ocupan; mas los que conforme al espíritu, de las cosas del espíritu son.
Porque la intención de la carne es muerte; mas la intención del espíritu, vida y paz.
Por cuanto la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede. Así que, los que están en la carne no pueden agradar a Dios”

Algunas son sólo palabras mudas que divagan mientras la tensión se acomoda en el cuerpo de Juan, quien no deja un segundo de marcar su territorio. Sentado junto a los padres de Nadeo, mira de reojo hacia su costado como si apuntara ira y la disparara. Del otro lado, Luciano repele con un golpe simliar. Su desinterés por Nadeo es burdo y poco creíble pero él cree que no. Oye la prédica dominical como si oyera cantar al mismo diablo, como si la voz de Nadeo rasgara en él.
Poco a poco se va rindiendo y ablanda el orgullo, su cuerpo sufre los mismos escalofríos de siempre y es que pareciera que entre tanta gente, Nadeo lo mira directamente cada vez que levanta la mirada. Por algunos segundos deja caer la mente en sus recuerdos, lo tiene en frente, desnudo, dormido, riendo, mordiendo su cuello.

-“Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, tal no es de él.
Empero si Cristo está en vosotros, el cuerpo a la verdad está muerto a causa del pecado; mas el espíritu vive a causa de la justicia”

Ese domingo, Fabián había ido temprano a casa de Luciano para acompañarlo con sus padres a la iglesia. Era algo que no solía hacer, por sus creencias judías y más aun por el traje que tenía que usar pero por encima de todo estaba aquella amistad, extrañamente ganada basada en una confianza a medias.
Nadeo lo sabía bien, los había visto varias veces pasear juntos por la playa y pese a que sabía que Luciano no pretendía nada más que una simple amistad, no confiaba en Fabián, posiblemente efectos paranoicos o un ojo clínico de algo que se avizoraba mas allá de lo evidente.
-“Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Cristo mora en vosotros, el que levantó a Cristo de los muertos, vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne:
Porque si viviereis conforme a la carne, moriréis; mas si por el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis”

“Es palabra de Dios” culminó Nadeo, quien limpió el sudor de su frente con un pañuelo y bajó del altar para dirigirse a su lugar, junto a Juan.

En los pocos pasos que le faltaban para llegar a su asiento, se quedó mirando fijamente a Luciano, con ternura, como un arma que desesperadamente tenía que utilizar, pero ni eso le funcionaría.
El resto de la ceremonia se prolongaba interminablemente y las palabras se convertían en una tortura. Luego de la consagración, Luciano se levantó para comulgar, se dirigió al altar siguiendo una larga fila de viejas y esperó su turno. Al llegar frente al sacerdote, abrió la boca para recibir el cuerpo de Cristo y regresó lentamente a su asiento repasando con sus labios algún resto del sabor que quedaba. Sus ojos estaban puestos hacia el suelo para evitar la tentación de mirar a Nadeo, unos metros delante de él. Pero sus ojos se levantan como si se abriera una puerta para dejar entrar a alguien. Nadeo sabe qué significa ese gesto y entra en él con sus ojos ávidos mientras Luciano termina de colocarse en su asiento.
Terminada la misa dominical, la muchedumbre sale rápidamente por el calor, preferían ir a casa a refrescarse antes que quedarse en la entrada revisando la agenda social de toda la semana. Luciano pidió permiso a su madre para ir al baño antes de irse y entró a la casa parroquial. Se paró frente al espejo del baño y mojó su pelo con el agua fría que salía de la canilla. Sus manos recorrían toda su cabeza llevando el frescor, pero una imagen apareció casi espectralmente en el espejo. Detrás de él estaba Nadeo, sediento como un vampiro, dispuesto a lanzarce sobre Luciano.

-“¿Por qué lo haces? dijo Nadeo
-“¿Por qué hago qué?
-“Juegas conmigo de una manera muy cruel”
-“¿Yo? ¿Ahora soy yo quien juega? Pero si eres tú quien hace los juegos, juegas con las personas, contigo, con el mundo entero. Somos juguetes tuyos, Nadeo. Lanzas cuerdas sobre nosotros y nos haces bailar como marionetas, nos haces saltar y cantar”
-“No me has dejado explicarte nada. Para mí no eres un juego”
-“No me importa lo que vayas a decir, todo es claro. Regresa con tus padres que deben estar esperándote”
-“Yo me quedo contigo”
-“Si te quieres quedar en el baño, hazlo, yo me voy”
-“No, no entiendes. Yo me quedo contigo porque quiero que seas tú la única persona en mi vida”
-“Nadeo, termina esto ya, eres patético”
-“No lo voy a hacer porque sé que tú no quieres terminar esto”
Nadeo cerró la puerta del baño con el pestillo y se quedó parado delante de ella, mostrando su más decida intención de no dejarlo salir. Comenzó a acercársele, sin perder la seriedad en sus ojos. Sus manos comenzaron a desabotonar la camisa de Luciano, luego rozaba lentamente su abdomen como dibujando círculos .

-“Ni tú te atreverías siquiera a intentar hacerlo aquí”
-“¿Por qué no? Sabes que ni tú ni yo somos santos. Sabes que quieres esto más que yo”
-“No, yo no quiero nada más”
“Entonces porque dejas que lo siga haciendo, te gusta sentir como toco tu cuerpo. Yo me vuelvo loco cada vez que ese chico se te acerca”
-“¿Fabián?” – “Si”

Luciano parecía inmovilizado con las caricias, con la lengua de Nadeo, con la imagen que ambos proyectaban frente al espejo mientras trataban de vocalizar las pocas palabras que tenían para decirse.

-“Es sólo un amigo” – “No, quiere más que eso, me puedo dar cuenta”

De pronto tocan a la puerta - "¿Luciano, estás ahí?

-“Si, estoy aquí, ahora salgo, Fabian” - “Tu madre me pidió que te buscara. Ya nos vamos”
-“Si, dile que ahora voy, por favor” - “¿Todo está bien ahí dentro?
-“Sí” respondió Luciano, con la voz partida pues Nadeo no dejaba de relamer su cuello una y otra vez.

-“Bueno, entonces te espero afuera” dijo Fabián mientras se alejaba hacia la entrada principal
-“Suéltame. Cada vez que te me acercas causas estas cosas, problemas. ¿Crees que olvido todo lo que está pasando? No vuelvas a acercarte a mi”

Luciano sale furiosamente del baño mientras se acomoda la camisa.
Dos días después Juan terminó de empacar las cosas que había traído y se despidió de Nadeo. Había un barco esperando por él y debía irse. La idea de dejarlo solo lo desesperaba un poco, pero sabía que un niño no podía competir con él.
Con sus cosas puestas ya en el auto se despidió de los padres de Nadeo, salió a la puerta principal y no dijo ninguna palabra, estiró los brazos hacia arriba mirando el cielo y sonrió

-“¿Tan feliz de regresar estás?”
-“No, querido Nadeo, yo me quiero quedar. Prefiero el sol aunque esta ciudad es muy aburrida. Si no tienes un buen amante, simplemente te aburres aquí”
-“Vas a tocar ese tema otra vez”
-“No, lo termino. Sabes bien que nada de lo que hagas en este pueblo cambiara las cosas. No lo digo por mí sino por ti. No crees fantasías en la mente de ese niño que bien sabes no se lo merece. Te conozco, aunque me encanta que creas que me puedes engañar”
-“No tengo más que decirte”
-“Eso es mejor, porque conozco bien lo que haces cuando estoy viajando, lejos para poder verte pero nunca pude imaginar que ibas a hacerlo aqui, y menos con un niño. Voy a dejarte en tu paraíso terrenal un tiempo más pero recuerda que tendrás que despertar del sueño que quieres vivir y solamente yo voy a estar en la realidad. No me agotes porque hay un límite. Te espero en casa. Adiós”

Juan cerró muy fuerte la puerta del auto. Encendió un cigarrillo y arrancó velozmente. Nadeo se quedó parado mirándolo mientras se iba alejando de la casa, poco a poco, por el camino de árboles hasta llegar a la carretera. Sintió nostalgia de separarse de él otra vez, pero en el fondo sentía rabia de que tuviera razón. Su vida era feliz con él y ciertamente era todo lo que tenia, aunque eso signifique entender lo vacio que estaba en realidad.


Al día siguiente, muy temprano en la mañana llegó una carta para Luciano. Luisa, la mujer que cuidó de él desde que nació, subió las escaleras a duras penas debido a su edad, llamó a su puerta y le dijo que algo había llegado para él.

-“Pasa, Luisa”
-“Hace un momento encontré esto debajo de la puerta para usted. Quise que la vea porque me pareció extraño que sólo diga su nombre. No dice nada más, ni quien la envía.
-“Gracias, Luisa. Yo veré qué dice” –“Si, joven Luciano”

Un sobre extraño, letras a tinta negra y una carta que aceleró su corazón. Cada letra iba punzando su estómago y sentía como se derrumbaba todo. Alguien decidió atormentarlo. Esa noche al salir del bar, luego de la fiesta, alguien los vio en el callejón cerca a la plaza. Ese alguien los conocía muy bien, y ahora quería dinero a cambio de guardar el secreto mejor guardado de los hijos predilectos de aquella aristocracia rural. La mente siniestra de esa persona había calculado todo, incluso indicó detalles exactos que confirmaban la peligrosidad de su intención, aunque no pedía mucho dinero, debía tratarse de alguien de la escuela o del pueblo que quería ganar algo a cambio del silencio. Luciano pensó en ir a ver a Nadeo urgentemente y salió despavorido de su casa hasta llegar a la mansión.

Nadeo estaba tomando sol en la terraza cuando lo vio llegar, casi jadeante, casi como muerto.

-“Si has venido por la carta, ahórrate los detalles. Yo también acabo de recibir una”
-“¿Qué vamos a hacer? – “Pagar”
-“Lo dices tan tranquilo, eres tú quien perdería más y no me explico cómo puedes estar tomando sol y bebiendo a esta hora”
-“Estoy pensando qué diablos hacer. Efectivamente, yo pierdo más, pero no importa quién pierde más o menos. Tengo que mantener la calma que seguro es uno de tus amigos. Le daré el dinero y asunto terminado. Nos dejará en paz”
-Yo te lo dije, esa noche había mucha gente pero jamás me haces caso”
-“¿Te quieres tranquilizar un poco? A ver, ¿Quién más sabe de esto? ¿Acaso no es tu amigo Fabián?”
-“¿Intentas suponer que es él? Puede ser cualquiera. Además él no necesita dinero, menos lo conseguiría de esa forma. Tú y tu mente podrida, crees que todos son como tú”
-“Si vamos a solucionar esto será mejor que dejes a un lado tu resentimiento. Es momento de pensar en lo que haremos. Por ahora esperaremos otra carta o algo así para saber cómo darle el dinero.
-“No necesito nada de ti”
– “Entonces le pedirás dinero a tus padres: Queridos padres, necesito dinero para pagarle a un chantajista que quiere soltar la noticia que me gustan los hombres”
-“Me voy porque tú vas a terminar de arruinarme. Si sabes algo, me avisas”
-“Sí. ¿Al salir podrías decirle a la sirvienta que quiero más hielo?
-“Seguro, Nadeo” dice Luciano, quien sale como si el diablo lo llevara cargado

De regreso a casa Luciano venia pensando en el miedo que sentía. Posiblemente no fue una sola persona que los vio esa noche y esto era el inicio de una larga pesadilla de silencios y tensiones. No estaba dispuesto a correr ningún riesgo pero tampoco a vivir como un delincuente.
Casi antes de llegar a la casa grande, Luciano comenzó a sentir miradas inquisidoras como si todos supieran ya lo que pasaba. No había otra salida que pagar lo que pedían, especialmente por Nadeo, pese a las cosas que venían sucediendo entro ambos, seguía sintiendo el mismo cariño por él.
Durante la cena nadie dijo una palabra; ese silencio ponía más nervioso a Luciano, como si su madre estuviera por abrir la boca y comentar lo que se estaba rumoreando por el pueblo. Ante tanta presión pidió permiso para retirarse de la mesa a su habitación y descansar. Subió y cerró su puerta como si su acechador estuviera merodeándolo de cerca. Se recostó sobre la cama a pensar en alguna solución. Prefirió el silencio y la oscuridad para analizar la situación. De pronto sonó el teléfono y saltó para contestar antes que alguien más lo haga. Luciano temblaba mientras decidía pronunciar alguna palabra.

-"¿hola?"
Del otro lado una voz familiar se oyó

-“Soy yo, tonto, no te asustes”
-“Nadeo ¿qué pasa? - “Nada, quería saber cómo estabas, nada más”
-“Pues bien, gracias, ahora si me disculpas me iré a dormir”
-“¿No has sabido nada nuevo?” – “No, no tengo noticias ni nada, estoy esperando que manden algún mensaje y nos diga donde dejar el dinero”
-“Bueno, yo me encargaré del dinero y para que no te sientas menos, serás tú quien le lleve lo que pida, a dónde te pida llevárselo”
-“Está bien, ahora déjame dormir, no creas que este asunto arregla las cosas,únicamente estamos resolviendo el tema de la carta. Apenas termine, cada uno seguirá su camino ¿entiendes?
-“Sí, lo entiendo. No quieres saber de mí. Bueno, que tengas buenas noches. Descansa”

jueves, 21 de enero de 2010

V Juan


Hace un par de semanas Nadeo había dejado el departamento porque la situación era insostenible. Además de las peleas y los malos ratos, el dinero se le había terminado y necesitaba ir a ver a sus padres. Qué mejor oportunidad que irse lejos por un tiempo. La playa sería una buena alternativa a una ciudad fría. Juan armó una escena frente a Nadeo cuando se lo propuso pero luego entendió que un tiempo separados sería lo mejor para ambos.
Por varias noches durmieron casi sin hablarse, rehuyeron a varias invitaciones y cada uno andaba por su lado. Luego Juan se subió al crucero donde trabajaba como mesero por temporadas cortas con esa promesa remota de que al volver las cosas serian mejor.

Ambos vivían desde hace unos años juntos. Cuando Nadeo se quedó sin dinero luego de perder un par de apuestas, Juan le ofreció su departamento y sin darse cuenta ambos comenzaron una relación, complicada, pero que de alguna forma marchaba bien. Iban juntos al teatro, el cine y a los bares de moda. Compartían más que la cama, sus intereses eran comunes. Ambos eran jóvenes ricos con vidas mundanas y convulsas, ambos se entendían y a la vez se criticaban. Con el tiempo los lazos se hicieron más fuertes y Nadeo decidió inventarle a sus padres que se había mudado con un amigo de la facultad, sería un compañero responsable y tendría así una persona con quien poder estudiar por las noches. Pero nada más distinto a noches de estudio, en realidad eran interminables salidas nocturnas, el alcohol y las drogas, la perfecta combinación para consumirse pronto. Por otro lado estaban los gastos desmedidos, la ropa costosa, el auto que siempre terminaba golpeado y que había que reparar. Caminaban como dueños del mundo en una ciudad que se los permitía. Nunca se limitaron a un beso en público y más bien eran una pareja bastante conocida entre el circulo que frecuentaban.
Pero algunas veces la magia se acaba o simplemente se pierde en el camino. Por eso es necesario alejarse, como si diéramos un paso atrás para luego dar dos hacia adelante. Nadeo sabía muy bien que no lo soportaba más, en realidad no se soportaba a él mismo. En el fondo temía por su futuro. Su psiquiatra le había dicho que solía transmitir una imagen fría que sólo era una ilusión, que le hacía daño pero lo ayudaba a subsistir. Sus demonios internos eran muchos y sus ansias de enfrentarlos eran pocas. Nadeo dejó de hacerle caso cuando la doctora le sugirió tomar una terapia pese a que aún no sabía de sus adicciones ni de su estilo de vida. Simplemente cortó las sesiones y se fue como solía hacer siempre, renunciar a lo hecho y dar un giro que lo lleve a un terreno llano sin importar todo lo que dejaba atrás. Pero esta vez no sería tan fácil, Juan estaba frente a él y no se iría sin una explicación sobre Luciano.

Pese al breve silencio, Juan resolvió quien era aquel individuo, conocía bien a Nadeo y sabía de qué era capaz.

-“Bueno, parece que he llegado en mal momento. Si te da la gana de buscarme y explicarme qué pasa, estaré en el auto esperando”
-“Escúchame Luciano: quiero que te vayas a casa y yo te explico luego con calma lo que pasa”
-“Puedes darme una respuesta corta. Quiero saber quién es. Parece enojado por algo ¿no?”
-“No, Juan es un amigo con el que vivo. Seguro que vino a verme por el accidente, es eso.”
-“Es curioso pero creí ser la única persona a quien no habías engañado. No puedes mentir tantas veces seguidas, se nota en tu ceja derecha, es como si palpitara”

Dos pasos al costado y Luciano comenzó a caminar de vuelta. No era una persona grata en ese momento y lo único que quería era huir de algo tan confuso que lo hacía sentirse culpable. Por momentos el cuerpo le temblaba, como conteniendo algo desde muy dentro.

Juan seguía en su auto mirando lo que pasaba. Nadeo esperó a que Luciano comenzara a caminar y se alejara, entró al auto y trató de hablar sobre el tema. A estas alturas era difícil que Juan pueda ceder ante sus explicaciones pero entre ellos existían ciertos códigos más allá de lo entendible. Dentro de su relación, los traspiés estaban vistos como una amenaza natural en las que se podía caer. Juan entendió que Luciano era eso, un traspié y nada más. Para Nadeo era una salida fácil, otra vez. Si Juan creía esa historia por unos días y regresaba a la ciudad, todo estaría bien. De todas formas no se quedaría mucho tiempo. Entre varias vueltas vertiginosas a la verdad, Nadeo dejó claro que Luciano era un niño que simplemente conoció.

Más tarde lo llevó a la habitación de huéspedes y le pidió que mantenga en secreto la salida de esa noche. Su situación médica no era del todo óptima y se suponía debía estar aún en reposo.
Varios metros más allá en la playa, Luciano caminaba por la orilla con sus zapatos en las manos, el pantalón arremangado y la mirada perdida.Iba despacio, como hundiendo y sacando sus pies de la arena, hasta que unos metros mas alla logró reconocer a luz y el ruido típico de sus amigos. Siguió caminando y se encontró con ellos, todos sentados alrededor de una fogata, enterrados en la arena. Eran los sobrevivientes a la fiesta del pub, que siempre cerraba luego de las cuatro de la mañana. -“¿Ese no es Luciano?” preguntó uno de los muchachos Entre el grupo estaba Fabián. Se levantó apenas vio al espectro ahí parado frente a ellos y lo jaló a sentarse con ellos. -“¿Dónde te habías metido, Luciano?” preguntaron todos Él sólo sonreía tímidamente. La fogata continúo un rato más. -“¿Ha pasado algo malo?” le preguntó Fabián cerca a su nuca, como si supiera detalles pero con esas ganas de saber más. -“No ha pasado nada” – “No te ves muy bien, pero seguro si comienzas a oír a Francisca como canta dentro de un rato vas a comenzar a reírte. Es muy graciosa, y espera a que se le ocurra bailar, es un show asegurado” Luciano respondió con una sonrisa. Es posible que sintiera que ese siempre fue su lugar, y que nunca debió salir de ahí.
Por la mañana Nadeo le dijo a su madre que su amigo Juan había llegado muy tarde y que estaba en la habitación de huéspedes. No quiso despertarla y por eso bajo él a abrirle.
Su madre le tenía mucho cariño, siempre vio a Juan como un buen amigo de su hijo. Ella ordenó que le llevaran el desayuno a la habitación pues imaginó que se sentiría cansado luego de conducir desde tan lejos. Casi no pudo esperar para despertarlo y preguntarle sobre su sorpresiva visita. Fuera de la casa, Nadeo llevaba fumando 4 cigarrillos seguidos. Necesitaba ir a ver a Luciano. Era posible que haya llegado el momento de encarar la situación y optar por lo que realmente quería.
Por otro lado estaba Juan. Lo había conocido una noche en un club. Desde que lo vio, le gustó. Su porte era refinado pero no dejaba ocultar ese lado perturbador y peligroso. Era de esas personas de mirada sumamente fuerte y penetrante.
Esa noche ambos se quedaron conversando con una botella de whisky de por medio. Las horas pasaban y cada uno iba dejando a relucir su interés por el otro. Lo que vino después fue el comienzo de una etapa de excesos. Comenzaron a frecuentar casinos, carreras de autos, nightclubs y bares. Juan nunca perdía la frescura en el rostro incluso luego de las malas noches, el alcohol y las drogas que consumía. Siempre estaba listo para un día largo lleno de actividades, mientras Nadeo, dormía.

Al final del verano todo acabaría en ese pueblo y Nadeo tendría que regresar a su rutina. En el fondo necesitaba a Juan, finalmente era una de las pocas personas que había llegado a querer, la única persona que lo entendía. No podía renunciar a él porque lo necesitaba. Luciano era un idilio pasajero que estaba por concluir pronto.

-“Te ves muy pensativo. Bueno ¿Qué hay de interesante en este pueblo?” dijo Juan
-“No mucho. Sabes que es un pueblo pequeño y yo vine a ayudar a mi padre. No a divertirme”
-“Querido Nadeo, olvidas que te conozco como a la palma de mi mano y sé que no te has asomado siquiera al trabajo de tu padre”
-“Bueno si quieres podemos ir a dar un paseo en el auto más tarde” – “No, quiero ir a la playa”

Antes del mediodía tomaron sus gafas de sol y salieron hacia la playa. El viento era suave como para darle frescura al día y el sol brillaba fuerte como para dejarse contagiar por el ambiente de verano.
Nadeo no podía salir de la casa por su estado de recuperación pero insistió en ir, como si tratara de evitar cualquier contacto posible entre Luciano y Juan. Sabía que él estaría ahí. De hecho, así fue. Ambos estaban sobre la arena mirando el paisaje y a un par de niños jugando en el agua, cuando Luciano apareció con dos amigas. Se instaló metros más atrás y se sentó sin darse cuenta de la presencia de Nadeo, estiró la toalla y se puso un par de audífonos. Sus amigas fueron a bañarse muy cerca de la orilla mientras lo dejaban solo. Luego del chapuzón ellas regresaron y comenzaron a hablar de cierto joven que habían visto desde la orilla. Era una cara nueva y muy atractiva.

-“¿Es amigo de Nadeo Luque?” dijo una de ellas – “ Sí, debe ser amigo suyo, de la ciudad”

Luciano volteó y contrajo el hígado al verlos juntos. Tenían el descaro de aparecerse frente a él. Nadeo no tenía alma y no dudó en traer a Juan a la playa.

-“Lo odio” – “¿De quién hablas, Luciano? preguntaron
-“De nadie” respondió

Apenas las gafas oscuras de Nadeo camuflaban su mirada directa a Luciano. Sus ojos seguían cada movimiento suyo. Ese día su piel lucía tan suave. El sol le había dado un color perfecto y su pelo flotaba casi armoniosamente con la briza de mar.

-“Bueno, ya que estás tan elocuente mejor me voy a bañar. Muero de calor”
-“Anda, yo me quedo” respondió Nadeo.

Luciano sabía que era observado por Nadeo pero su enojo había puesto un muro entre ellos. Su única salida era soportar en silencio unos días más antes que él regrese a la ciudad y así pueda seguir en paz su vida, pensaba. En ese momento, como una sombra delante de Luciano apareció Fabián, como si su presencia hubiese sido convocada, y le pidió permiso para sentarse a su lado a tomar sol apenas este levantó la cara para ver de quien se trataba. Ambos conversaron un buen rato.
Todo era como una deliciosa confabulación. El destino marca giros y a veces es nuestro turno de estar arriba y no abajo.
Nadeo tomaba la arena caliente entre sus dedos y la aplastaba con fuerza. Era obvio como ese muchacho miraba a Luciano, su ternura le brotaba de entre esos ojos.
Fue peor cuando los vio pararse e irse caminando juntos. Su ira sobrepasaba por entre sus gafas oscuras de sol, sus labios palpitantes. Su ceño fruncido bastaban para no acercársele sino con el riesgo de salir muerto.

martes, 19 de enero de 2010

IV. El Pasado


Tantos días sin dormir pensando en él se convertía ya en una rutina. Nadeo se había recuperado poco a poco y ya casi estaba fuera de peligro pero Luciano aun tenía ese sabor a angustia en la boca. Por fin pudo entrar a visitarlo pero era tan extraño verlo tan callado y quieto. Lo único que hacía era ir y venir del hospital cada mañana y cada tarde. Muchos pensaban que se sentía culpable de alguna manera por el accidente pues también iba con Nadeo en la motocicleta pero su afán era más que responsable y solidario, era algo que él mismo comenzaba a entender pese a asustarse de saberlo. Fueron muchas tardes frente a esa ventana pensando en lo que sentía en realidad.
Una mañana muy temprano los padres de Nadeo le dijeron a Luciano que su hijo estaba fuera de peligro, que pudo reaccionar pero que era necesario dejarlo descansar. Luciano quiso ver con sus propios ojos que por fin estaba despierto, que ya no había que temer. Entre tantos nervios y sentimientos extraños el cuerpo de Luciano se entumeció y apenas podía sostener su mano sobre la frente de Nadeo. Su ternura era infinita.

-“Hola. No sabía que estabas acá.
-“Estaba muy preocupado por ti”
-“No debiste. Me siento muy bien, sólo tomé un descanso prolongado. Ahora tengo ganas de salir y comprar unos cigarrillos y luego dar una vuelta por la playa. ¿Me acompañarás?
-“Si, lo haré, pero ahora debes descansar y recuperarte”
-“¿Por qué me miras así?¿Tan mal me veo?”
-“No, no. Te ves muy bien. Un poco pálido pero te ves muy bien”
-“¿En serio? ¿Tan bien como para que cierres la puerta y te metas conmigo en la cama?”
-“Nunca vas a cambiar, ya me di cuenta, pero me alegro que ya estés mejor”
-“Mi madre me dijo que viniste todos los días, esperando a que yo despertara. Te lo agradezco”
-“Me di cuenta de algo” – “¿De qué?”
-“No sé cómo explicarlo pero sentí que no te volvería a ver y que nunca dije lo que quise decirte”
-“Ya veo. Pero ¿Qué es lo que quisiste decirme entonces?
-“Me dio miedo no volver a verte y creo que sabes lo que significa eso”

Nadeo cerró los ojos y sonrió como si sintiera morfina en el cuerpo, pues hay placeres tan profundos que el alma vibra y se trasluce en el rostro.

El mes estaba pasando velozmente. Le habían dado de alta y ya estaba en su casa. Nadeo se quedó mirando la playa desde la terraza de su casa y a su lado, el otro sobreviviente del accidente. Una charla que había quedado incompleta, algunos detalles de los días que pasaron dentro de la conmoción, las mismas bromas de mal gusto de Nadeo, limonada helada, las campanadas de la iglesia que anuncian la misa de las seis, el brillo naranja del sol sobre el rostro, el aire que trae desde el mar un suspiro profundo en el cuerpo.

Por la noche Luciano regresó a casa. Su rostro mostraba viveza otra vez. Toda la cena no dejó de hablar del accidente y de cómo estaba Nadeo. Su madre veía con buenos ojos que el pequeño Luciano haya escogido a un amigo como Nadeo, tan educado e inteligente. Era la mejor oportunidad para su hijo, de aprender algunas cosas que la gente de las grandes ciudades puede enseñar sobre la vida.
Luego de una larga hora dentro de la tina, Luciano ya estaba en la cama. Sus ojos se comenzaban a cerrar pero alguien estaba dispuesto a despertarlo a como dé lugar. Nadeo burló la vigilancia, la prescripción médica y estaba debajo de su ventana en la manera habitual en la que siempre lo buscaba.

-“Deja de tirar piedras a la venta que ya me desperté. Deberías estar en tu cama, se supone que tuviste un golpe muy fuerte en la cabeza y casi no te puedes mover.
Es más, no sé cómo diablos llegaste hasta aquí”
-“Déjame subir. Estoy aburrido en casa. No tengo sueño. Ya he dormido por días”
-“¿Por qué siempre me metes en problemas?”

Casi cargado Nadeo subió hasta la habitación, tratando de hacer el menos ruido posible. Era eso precisamente lo que más disfrutaba Luciano, esa mezcla de miedo, de meterse en problemas, y a la vez, la paz que le daba que con Nadeo nada malo iba a pasar, aún asi, refirieron quedarse a oscuras y seguir retando el peligro.

-“Necesitaré verte desnudo para poder recuperarme completamente del accidente”
–“Ya veo que aunque te falte la mitad del cuerpo nunca podrás dejar de ser un idiota”. -"Puede ser. Esta vez me vas a tener que ayudar porque no me puedo mover, sigo herido, lamentablemente. -"¿Qué quieres que haga? –“ Yo me quedo sobre la cama y tú vas a tener que hacer el resto” Hay ocasiones en que la noche no alcanza para hacer y decir lo suficiente, no alcanza para demostrar cuanto hay dentro de uno mismo. Las horas caen como cae el sudor de la frente. La mañana va llegando como va llegando el cansancio al cuerpo, y uno cae, rendido, agotado. Como el final de una lucha que ambos han ganado.
Al final, lo único más perfecto es verlo dormir. Entre sus pestañas largas y sus labios delgados, Nadeo viaja a otros mundos en donde Luciano también quisiera estar. Lo mira de cerca y recorre con su dedo cada ángulo de su cara como si dibujara un rastro perfecto para poder seguir

Ya había sido difícil hacerlo subir hasta la habitación, ahora bajar se veía peor. Varios sirvientes ya se habían levantado pero como huyen los bandidos, entre el sigilo y el placer del hurto perfecto, Nadeo se va.
Varios amigos de Luciano se comenzaban a preguntar dónde se había metido. Dejó de asistir a las fogatas, a las tardes de playa, incluso ya no respondía ni las llamadas. Pasaron así varias semanas, de esas semanas de vacaciones en las que no sabemos qué día es hoy. Una mañana, mientras Luciano terminaba de vestirse su madre lo llamó. Comenzó a bajar las escaleras hacia el pasillo principal y escucho que dos personas conversaban. Se acercó y pudo ver a uno de sus amigos sentado frente a la madre de Luciano.-“Hijo, mira quién ha venido a verte”. Ambos se saludaron, aunque era inevitable que Luciano ocultase su extrañeza. Se trataba de Fabián, uno de sus mejores amigos desde hace años. –“Bueno, los dejaré solos, tengo que ir a ver si tus hermanos ya se han despertado. Dale besos de mi parte a tu madre, querido. Hace mucho que nos vemos. – “Se lo diré, gracias”.
-“¿Qué haces tan temprano por aquí? –“Pensé que era el mejor momento para encontrarte, casi nunca estás en casa. Los muchachos y yo comenzamos a preocuparnos, pensamos que estabas enfermo o algo así. No te vemos más por la playa. Es raro eso. Te echamos de menos, la pandilla no es la misma sin ti”. -“Es verdad, he estado un poco alejado, lo siento mucho” -“Me dijo tu mamá que pasas casi todo el tiempo en la casa de los Luque. Has hecho un nuevo amigo entonces” – “Sí, en algún momento quiero ir a la ciudad y Nadeo me habla sobre ella, conversamos sobre mis planes, tú sabes. -“Es cierto, el hijo de los Luque sigue en el pueblo. No se lo ha visto luego del accidente” – “Se está recuperando poco a poco” -Bueno, hoy por la noche hay una fiesta en el pub. Es cumpleaños de Francisca, y me pidió que te avise si querías ir. –“Sí, claro. Francisca. Bueno, creo que puedo ir un rato.” -Yo pasaré como a las diez por aquí, si quieres te espero y vamos juntos”
Luciano casi había olvidado el mundo fuera de la casa grande, fuera del mundo de Nadeo, de sus historias sobre la ciudad, las apuestas, las carreras, los viajes, y tantos detalles de su vida que tarde tras tarde deslumbraban a Luciano. Pero más allá, él también tenía historias, menos pomposas pero estaban llenas de sus amigos, de los buenos ratos que pasaban juntos. Más tarde Nadeo espero a Luciano hasta que sonó el timbre y lo vio llegar. Aún le costaba levantarse solo y andar al mismo ritmo de antes pero luego de unas semanas ya habían mejoras. Luciano le comentó sobre la fiesta de la noche, sobre Fabián y el interés de sus amigos por reencontrase con él, aunque a Nadeo pareció no importarle siquiera.
A las diez en punto pasaron por Luciano y enrumbaron hacia el pub de la plaza. Al llegar se dieron cuenta que el lugar estaba repleto, casi todo los muchachos del pueblo estaban ahí. Todos se saludaron y fue como si volviesen a ver a Luciano luego de años. Luego de una par de canciones, Luciano fue por algo para tomar hacia la barra. Caminaba despacio hasta que subió la mirada y como si fuese un espectro vio a Nadeo parado delante de él. Estaba sin vendas, perfectamente vestido y rodeado de un grupo de personas. Otra vez tan galante, con esa sonrisa impávida. Ambos cruzaron fugazmente miradas y siguieron sin decirse nada. Al llegar las dos de la mañana, Luciano se excusó con sus amigos y decidió irse a casa. Salió del pub y caminó una cuadra hacia el callejón que lo llevaba a la vía principal. De pronto volteó a ver una sombre que lo seguía. No fue difícil distinguir el porte de Nadeo, su forma de caminar y su completo cálculo.
-“Entonces te ibas a casa sin despedirte de mí” –“Nunca me imaginé verte aquí, no entiendo cómo puedes ser tan irresponsable” – “No pasa nada, vine a tomar algo, no me podía perder un evento tan importante, lleno de tan ilustres asistentes. ¿Te has divertido? ¿No me has extrañado ni un poco? –“No lo sé, ¿viniste a vigilarme?” – “Jamás vigilo a nadie, sólo quise ver como uno se puede divertir aquí” Nadeo se acercó lentamente, poniendo a Luciano contra la pared -“Estamos en mitad de la calle, nos pueden ver” –“¿Ahora tú eres el que se quiere esconder? No puedo creer ese cambio. A mí me da igual si te comienzo a tocar, y te voy desvistiendo lentamente, y hago lo que te gusta que te haga, aquí mismo” -“No, estamos muy cerca del pub, hay mucha gente, todos mis amigos están ahí, por favor” – “Suplícame, Luciano, suplícame y prométeme que no me dejarás pasar una sola noche solo”
Para el momento en que ambos estaban zigzagueando sus cabezas, Fabián comenzó a llamar a Luciano desde lejos. Se acercó lentamente sin entender bien lo que pasaba. Pudo ver ambas siluetas comenzar a alejarse. La cara de Luciano mostraba terror, pero Nadeo parecía divertirse con la situación.
-“Comencé a buscarte por todo el pub, y apenas me dijeron que te habías ido salí a buscarte para acompañarte a tu casa” dijo Fabián. -“No te preocupes, muchas gracias. Esto bien, Casi no tomé nada. Muchas gracias, Fabián”-“Sí, veo que estás ya acompañado. Bueno regresare a la fiesta. Nos vemos”
Ambos siguieron su camino sin comentar lo que había pasado aunque ambos sabían que habían sido descubiertos. Para Luciano era aterrador lo que Fabian podía haber entendido.
-“¿Quieres venir conmigo a casa un rato? Prometo que será un momento” – “Está bien, igual no podría dormir luego de lo que pasó, esperare que comience a amanecer y me iré a casa. Además, prefiero que ya estés en tu cama, sabes que debes estar en reposo, no debías siquiera haber salido”
Ambos estaban una vez más como ladrones buscando la forma más sigilosa posible para entrar a la casa pero un ruido destruyó el plan. Un auto venia a velocidad por el camino hasta pararse frente a ellos. Ambos trataban de ver quién estaba en el auto. Tantas conjeturas posibles cayeron sobre ambos pero nadie se esperaba que al abrir la puerta del vehiculo aparecería un desconocido, por lo menos para Luciano. Era un joven delgado, se notaba cansado pero sus ojos pardos estaban como apuntando fijamente a Nadeo mientras lanzaba una sonrisa.
–“¿Juan? ¿Qué haces aquí? preguntó Nadeo -“Vine a buscarte. Conduje varias horas pero ya estoy aquí. Mi barco llegó hoy temprano, tuvimos que desembarcar antes de tiempo, no tuve forma de avisarte. Llamé a tu madre y me contó lo del accidente. Tenía muchas ganas de verte y darte la sorpresa”.

viernes, 1 de enero de 2010

III. Llegado el final del viaje


..."Hay días frescos entre tanta sofocación. A veces no solo viene del cuerpo sino del alma"...

Por la tarde fue a buscar a Luciano y sin explicarle nada lo llevo a una vieja bodega cerca al centro. Era un secreto que Nadeo insistía debía mostrarle en cuanto antes.

Al llegar al lugar, encontraron una puerta con un candando, Nadeo la abrió para entrar y sacar la motocicleta que mandó traer. Su afición por las máquinas y la velocidad lo habían hecho pedir un juguete nuevo.

-“¿Te gusta?”
-“Nunca me subí a una motocicleta”
-“Seguro tu madre no te lo permitía pero ahora tienes la perfecta oportunidad. Iremos por toda la costa los dos juntos lejos de todos. ¿Te gusta la idea?”

Ambos se embarcaron en aquel viaje improvisado. Nadeo llevaba el pelo suelto y detrás de él, sujetado a su cintura, Luciano,iba divisando el paisaje, a tanta velocidad que hacía que cada imagen se tornase borrosa. El paisaje los enmudecía a los dos.

Al pasar los primeros kilómetros, la velocidad aumentaba y Luciano se sujetaba más fuerte de la cintura de Nadeo.

-“Baja un poco la velocidad, nos vamos a matar”
-“No te oigo, pequeño”

Todo era en vano, solo lograba que suba más la velocidad y casi ya podía sentir como el viento cortaba su respiración.

Pronto llegaron a un punto del camino y Nadeo frenó lentamente

-“Desde acá se puede ver todo. Es como el cielo, la parte más alta del camino. Incluso se ve la ciudad. ¿Ves?”
-“Podrías ir más despacio. Algún día te vas a matar”
-“¿Sabes que eres igual a Juan? Te andas quejando de todo”
-“No sé quién es”
-“olvídalo, no importa”
-“No,¡dime!”
-“Nada, es un amigo que vive conmigo, olvídalo. Vamos a quedarnos un rato, este tipo de paz no es muy cotidiana donde vivo”

Esa tarde casi comenzaba a terminarse. El sol iba cayendo al mar y el cielo se tornaba de rojo intenso. Ambos se quedaron uno frente al otro. Las cejas de Nadeo terminaban por dibujar un gesto tierno que Luciano jamás había visto antes. En su cabeza comenzaba a idealizar algunas situaciones. Pensaba qué sería del resto del año cuando el verano acabara y Nadeo regresara a casa. Había tantas posibilidades pero por lo menos en ese minuto lo tenía frente a él. Pensaba que jamás se cansaría de verlo.

-“Siempre me pregunté qué piensas cuando te me quedas mirando”
-“En ti, en lo extraño que me siento cuando estoy a tu lado, Nadeo”
-“Si la eternidad pudiese ser comprada Luciano, qué no daría para vivirla siempre asi, como ahora”

De regreso a la ciudad, ambos estaban callados. La velocidad no impedía que Luciano oyera los latidos del corazón de Nadeo. Su cabeza reposaba en su espalda y era como sentir que estaba sobre su cama, tan tranquilo, tan a gusto. />-“No sabía que me iba a pasar cuando decidí venir aquí pero me gusta. Me gusta mucho”

Aquellas palabras resonaron en toda la carretera. Mientras iba pronunciándolas subía más la velocidad como si no quisiera que Luciano oiga declaraciones tan reales y sinceras, diferentes a lo que siempre sabía decir, sin disfraces ni adornos, sólo frases que salían solas y eran perfectas

-“Vamos al fin del mundo, Luciano. Yo te llevo hasta donde nadie te ha llevado antes”

Luciano se quedaba callado pero dentro de él gritaba que quería ir a donde lo llevara. Fue posiblemente el momento más feliz que tuvo pero así como la luz de una vela titilea cuando ya casi se va a apagar, en la vida hay cinco segundos en que vemos desfilar a la muerte que aparece de cerca y convierte todo en penumbra.

Un auto apareció cerca al cruce del tren, por la via auxiliar de la carretera. Nadeo llegó a verlo pero era tarde para frenar pues el golpe lo hizo volar contra el auto y a Luciano, varios metros mas allá hacia los matorrales.
Aún estaba consiente cuando se vio tirado sobre los arbustos tratando de levantarse para ir a buscar a Nadeo que estaba entre los cristales del auto. Poco a poco sus fuerzas se fueron y su pierna no le respondió. Horas más tarde una ambulancia llegaba a recogerlos raudamente. Dentro de ella, Luciano volvió a tomar conciencia y miró a su alrededor. Su único afán era encontrar a Nadeo y asegurarse que estuviera bien pero apenas veía sangre.

Esa noche Luciano salió de alta. Llevaba un brazo roto y varios rasguños en la cara. Seguía mirando hacia el piso tres del hospital donde descansaba Nadeo, aún con signos vitales muy débiles.

Una corriente húmeda trajo consigo una lluvia ligera que no llegaba a ser helada pero refrescaba los caminos calientes, la temperatura de la ciudad, el ardor de los miedos. Luciano llegó a casa para tratar de dormir pero no pudo, toda la noche tenía las últimas palabras que dijo Nadeo dando vueltas en su cabeza, como si él estuviera ahí diciéndoselas. Por la mañana, se levantó temprano para ir a verlo y desde ese momento comenzó la guardia en el jardín del hospital, sentado desde lejos mirando hacia la ventana del cuarto donde lo tenían. Horas de horas esperando que se recupere y que no lo deje. Era muy temprano para aceptar que el sueño se había roto. Era injusto tocar el cielo con un dedo y luego caer sin poder llegar del todo hacia él.

Los días pasaron y no hubo ganas de playa, de paseos, de juegos, todo era tan triste. Incluso las noches, frescas o lluviosas, calurosas o sofocantes, todas eran un puente entre un hoy y un mañana.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

II. Adicto


Muy temprano en la mañana del domingo de resurrección los Luque asistían a misa. Nadeo se sentó junto a su madre y no volteó un segundo a ver a Luciano que estaba casi detrás de él.

Las dudas de lo que había pasado la otra noche interrumpían en la cabeza de Luciano la prédica y cada palabra del cura. Su mirada estaba fija en la espalda de Nadeo, quien con un semblante fresco y despreocupado parecía haber olvidado todo lo sucedido. Incluso fue él la primera persona que se acercó a comulgar.

No era posible tal farsa, engañaba a todos con su aire formal y refinado. Cada gesto de bondad era una puntada en el hígado de Luciano. No sólo se sentía confundido, ahora no podía dejar de mirarlo pero la casa de Dios es terreno sagrado y no espacio de pensamientos extraños y era mejor dejar de darle vueltas a la situación.

En la puerta de la iglesia todos aprovechan para saludarse e intercambiar gestos hipócritas. La madre de Luciano decidió acercarse a los Luque parar invitarlos a almorzar a la casa grande. Nadeo agradece la invitación con una sonrisa casi macabra dirigida a Luciano quien con su mirada sigue exigiendo respuestas.
Al llegar a la casa, los sirvientes se apresuran a abrir las ventanas del comedor pricipal, los Luque son ubicados en la mesa junto a los hermanos de Luciano. La madre da inicio al almuerzo con una oración en memoria de su difunto esposo y comienza con las típicas charlas para alargar cada bocado que daban.

-“Entonces, Nadeo, tu madre me ha dicho que te gusta mucho el arte, ¿es cierto?
-“Asi es, soy un fanático de las pinturas. Siempre que puedo ir a alguna exposición, pues voy, haciéndome un tiempo entre las clases y el trabajo.”
-“¡Ah! Y ¿Trabajas?”
-“Asi es, en un clínica, además que aprovecho de hacer lo que más me interesa. Me gusta ayudar a la gente. ¿Sabe?, aun cuando uno lo tiene todo, siempre se debe dar lo mejor de uno mismo a los que lo necesitan”
“Eso mismo digo yo. Me gustaría tanto que le enseñases a Luciano de esa vida que llevas, tan interesante. Me dijo que la otra noche salieron a que conozcas el pueblo”
“Es cierto, Luciano me dejó gratamente complacido con el paseo”


De pronto un pedazo de cerdo se quedó atorado en la garganta de Luciano. La madre se altera y pide ayuda para su hijo que ya se marcaba asfixiado por aquel pedazo de carne. Nadeo se levanta y lo sujeta por detrás, lo aprieta contra su cuerpo y trata de darle fuertes envestidas. Varias veces presiona el delgado cuerpo de Luciano hasta que logra liberarlo de la asfixia. Poco a poco Luciano toma color humano pero pide excusas para retirarse a su cuarto a descanzar.

Nadeo decide ir detrás de él para supervisar que todo marche bien luego del incidente pero su intención no es esa. Entra a la habitación de Luciano a quien encuentra recostado sobre la cama

-“No te sientas mal, cualquiera puede casi morir asfixiado por un pedazo de carne en la garganta”
-“Aquí puedes dejar de fingir, Nadeo”
-“No entiendo de qué hablas, niño”
-“De aquella pose que pretendes mostrarle a los demás. Dudo que tu familia sepa que dejaste tu carrera de medicina”
-“No lo saben pero apuesto a que tampoco saben lo bien que besas”
-“¿Me estás chantajeando?”
-“No, te estoy pidiendo más”

Nadeo se lanza sobre la cama y deja casi inmovilizado a Luciano. Lo mira fijamente y pasa la lengua por todo su cuello.

-“Espero que no vayas a gritar muy fuerte, recuerda que hay gente afuera y te pueden oír”
-“Estás demente”

Nadeo lo carga y lo lleva violentamente contra la pared, muy cerca a la puerta que se dirige hacia el baño

-“Entonces aquí estará mejor. Hay menos eco, así podrás decirme cualquier cosa sucia que se te ocurra”
-“Suéltame”
-“¿Es una orden? No siento que sea una orden sino más bien un acto de disimular que te gusta lo que estoy haciendo”
-“Nunca lo he hecho antes”
-“Entiendo, entonces lo dejaremos para alguna ocasión especial”

Nadeo acomoda su ropa, peina su pelo y sale sonriendo de la habitación dejando atrás su pose amenazante. Para el final de la tarde los Luque deciden quedarse a tomar el té mientras ven el atardecer. Luciano no había salido de su habitación desde el incidente en el almuerzo y sólo se quedó frente a la ventana. Lo mejor es dormir y olvidar algunas cosas, en especial cuando el día se ha hecho tan largo, piensa.


La paz de la medianoche se interrumpió con un ruido en la ventana de Luciano. Alguien aventaba pequeñas piedras para intentar despertarlo. Él la abre y casi somnoliento reconoció de quién se trataba. Su corazón comenzó a latir más fuerte.

-“Vamos, baja. Vamos a dar un paseo”
-“Es muy tarde. Estás loco”
-“Si no bajas comenzaré a gritar y todos se despertaran, ¿entiendes?”

Diez minutos después Luciano estaba caminando casi sin rumbo junto a Nadeo quien lo miraba dulcemente por sus gestos de casi dormido. Llegaron a la playa y se quedaron viendo el mar un par de minutos.

-“Estuve pensando en algo que dijiste en la tarde y tienes razón. Lo que pasa es que mis negocios son más importantes que la carrera de medicina, y no quiero causar problemas, menos a mis padres, ya vivo solo varios años y sé lo que hago. No soy una mala persona. Lo sabes”

-“Muy bien, no juzgaré lo que haces”
-“¿Nadamos?”
-“¿Ahora?”
-“Si, pero tienes que quitarte toda la ropa”

Dos sombras jugaban como niños entre la penumbra. Juegos de niños que dejaban de ser inocentes, cuando hay más roces, cuando hay más miradas. Cuando el cuerpo de Nadeo deja de ser dócil y se avecina sigilosamente, impávido y decidido, lanza a Luciano a la orilla, contra su cuerpo, contra la arena donde revolotea cada centímetro de él. Entre tantos giros llega ese momento que rompe la armonía y se torna doloroso, pero dura poco, la efervescencia dopa el cuerpo.
Se sentía extraño. Esa sensación de posesión física era nueva, indescriptible en un lenguaje inexperto. No causaba alarma sino comodidad.

Al llegar a su habitación, Luciano se metió a la ducha, había mucha arena en su pelo. Luego se fue a la cama pero no dejaba de pensar en eso que vio, en eso que hizo. Si estaba bien o estaba mal, si era posible que ese hecho no sea solamente físico. Por unos días esas preguntas lo rondaron, y solamente quería que una persona las respondiera. Finalmente llegó la oportunidad en la cena de la viuda Lorca que cumplía 80 años y que organizaba la fiesta más grande de la ciudad.

Luciano apenas vio a Nadeo corrió a saludarlo como si quisiera continuar lo que dejó pendiente en la playa esa noche. Pero fue extraño que le respondiera con un austero “hola”, como si apenas lo conociera de vista. Es más, continuó de largo y sin siquiera mostrar un poco de amabilidad, siempre sonriendo y saludando a los extraños mientras Luciano se quedaba tieso en medio del comedor principal de la casa. Es posible que hayan cosas que no se deban ver, y debamos evitarlas, pero es humano sentir curiosidad y buscar eso que sabemos va a terminar sucediendo. Por eso, luego de dar varia vueltas por la fiesta para olvidar lo que pasaba, Luciano camina directo a Nadeo pero lo ve conversando muy de cerca con un de las nietas de la viuda. Su pose era de galán , iba provocando con ella. Le hablaba al oído y le arreglaba el pelo. No era imagen que Luciano entiendiese del todo. Pasan unos minutos, casi sin moverse, y decide irse. Solamente se le ocurría un lugar para pensar.

Se quedó mirando al cielo, auque ya casi se le cerraban los ojos, en especial con el ruido de las olas que parecen arrullar el cuerpo. De pronto una sombra obstaculizo su vista hacia arriba. Nadeo lo miró y le dijo:

-“sabía que estarías aquí. Eres tan predecible”
-“No tengo ánimos de verte.”
-“¿Hice algo malo? No me digas que esperabas un beso delante de todos porque nunca pasará"
-“No es eso, no me pasa nada. Solamente quiero estar solo. ¿Te puedes ir?
-“No me iré. Ya te dije que vine por ti”