
Hace un par de semanas Nadeo había dejado el departamento porque la situación era insostenible. Además de las peleas y los malos ratos, el dinero se le había terminado y necesitaba ir a ver a sus padres. Qué mejor oportunidad que irse lejos por un tiempo. La playa sería una buena alternativa a una ciudad fría. Juan armó una escena frente a Nadeo cuando se lo propuso pero luego entendió que un tiempo separados sería lo mejor para ambos.
Por varias noches durmieron casi sin hablarse, rehuyeron a varias invitaciones y cada uno andaba por su lado. Luego Juan se subió al crucero donde trabajaba como mesero por temporadas cortas con esa promesa remota de que al volver las cosas serian mejor.
Ambos vivían desde hace unos años juntos. Cuando Nadeo se quedó sin dinero luego de perder un par de apuestas, Juan le ofreció su departamento y sin darse cuenta ambos comenzaron una relación, complicada, pero que de alguna forma marchaba bien. Iban juntos al teatro, el cine y a los bares de moda. Compartían más que la cama, sus intereses eran comunes. Ambos eran jóvenes ricos con vidas mundanas y convulsas, ambos se entendían y a la vez se criticaban. Con el tiempo los lazos se hicieron más fuertes y Nadeo decidió inventarle a sus padres que se había mudado con un amigo de la facultad, sería un compañero responsable y tendría así una persona con quien poder estudiar por las noches. Pero nada más distinto a noches de estudio, en realidad eran interminables salidas nocturnas, el alcohol y las drogas, la perfecta combinación para consumirse pronto. Por otro lado estaban los gastos desmedidos, la ropa costosa, el auto que siempre terminaba golpeado y que había que reparar. Caminaban como dueños del mundo en una ciudad que se los permitía. Nunca se limitaron a un beso en público y más bien eran una pareja bastante conocida entre el circulo que frecuentaban.
Pero algunas veces la magia se acaba o simplemente se pierde en el camino. Por eso es necesario alejarse, como si diéramos un paso atrás para luego dar dos hacia adelante. Nadeo sabía muy bien que no lo soportaba más, en realidad no se soportaba a él mismo. En el fondo temía por su futuro. Su psiquiatra le había dicho que solía transmitir una imagen fría que sólo era una ilusión, que le hacía daño pero lo ayudaba a subsistir. Sus demonios internos eran muchos y sus ansias de enfrentarlos eran pocas. Nadeo dejó de hacerle caso cuando la doctora le sugirió tomar una terapia pese a que aún no sabía de sus adicciones ni de su estilo de vida. Simplemente cortó las sesiones y se fue como solía hacer siempre, renunciar a lo hecho y dar un giro que lo lleve a un terreno llano sin importar todo lo que dejaba atrás. Pero esta vez no sería tan fácil, Juan estaba frente a él y no se iría sin una explicación sobre Luciano.
Pese al breve silencio, Juan resolvió quien era aquel individuo, conocía bien a Nadeo y sabía de qué era capaz.
-“Bueno, parece que he llegado en mal momento. Si te da la gana de buscarme y explicarme qué pasa, estaré en el auto esperando”
-“Escúchame Luciano: quiero que te vayas a casa y yo te explico luego con calma lo que pasa”
-“Puedes darme una respuesta corta. Quiero saber quién es. Parece enojado por algo ¿no?”
-“No, Juan es un amigo con el que vivo. Seguro que vino a verme por el accidente, es eso.”
-“Es curioso pero creí ser la única persona a quien no habías engañado. No puedes mentir tantas veces seguidas, se nota en tu ceja derecha, es como si palpitara”
Dos pasos al costado y Luciano comenzó a caminar de vuelta. No era una persona grata en ese momento y lo único que quería era huir de algo tan confuso que lo hacía sentirse culpable. Por momentos el cuerpo le temblaba, como conteniendo algo desde muy dentro.
Juan seguía en su auto mirando lo que pasaba. Nadeo esperó a que Luciano comenzara a caminar y se alejara, entró al auto y trató de hablar sobre el tema. A estas alturas era difícil que Juan pueda ceder ante sus explicaciones pero entre ellos existían ciertos códigos más allá de lo entendible. Dentro de su relación, los traspiés estaban vistos como una amenaza natural en las que se podía caer. Juan entendió que Luciano era eso, un traspié y nada más. Para Nadeo era una salida fácil, otra vez. Si Juan creía esa historia por unos días y regresaba a la ciudad, todo estaría bien. De todas formas no se quedaría mucho tiempo. Entre varias vueltas vertiginosas a la verdad, Nadeo dejó claro que Luciano era un niño que simplemente conoció.
Más tarde lo llevó a la habitación de huéspedes y le pidió que mantenga en secreto la salida de esa noche. Su situación médica no era del todo óptima y se suponía debía estar aún en reposo.
Varios metros más allá en la playa, Luciano caminaba por la orilla con sus zapatos en las manos, el pantalón arremangado y la mirada perdida.Iba despacio, como hundiendo y sacando sus pies de la arena, hasta que unos metros mas alla logró reconocer a luz y el ruido típico de sus amigos. Siguió caminando y se encontró con ellos, todos sentados alrededor de una fogata, enterrados en la arena. Eran los sobrevivientes a la fiesta del pub, que siempre cerraba luego de las cuatro de la mañana. -“¿Ese no es Luciano?” preguntó uno de los muchachos Entre el grupo estaba Fabián. Se levantó apenas vio al espectro ahí parado frente a ellos y lo jaló a sentarse con ellos. -“¿Dónde te habías metido, Luciano?” preguntaron todos Él sólo sonreía tímidamente. La fogata continúo un rato más. -“¿Ha pasado algo malo?” le preguntó Fabián cerca a su nuca, como si supiera detalles pero con esas ganas de saber más. -“No ha pasado nada” – “No te ves muy bien, pero seguro si comienzas a oír a Francisca como canta dentro de un rato vas a comenzar a reírte. Es muy graciosa, y espera a que se le ocurra bailar, es un show asegurado” Luciano respondió con una sonrisa. Es posible que sintiera que ese siempre fue su lugar, y que nunca debió salir de ahí.
Por la mañana Nadeo le dijo a su madre que su amigo Juan había llegado muy tarde y que estaba en la habitación de huéspedes. No quiso despertarla y por eso bajo él a abrirle.
Su madre le tenía mucho cariño, siempre vio a Juan como un buen amigo de su hijo. Ella ordenó que le llevaran el desayuno a la habitación pues imaginó que se sentiría cansado luego de conducir desde tan lejos. Casi no pudo esperar para despertarlo y preguntarle sobre su sorpresiva visita. Fuera de la casa, Nadeo llevaba fumando 4 cigarrillos seguidos. Necesitaba ir a ver a Luciano. Era posible que haya llegado el momento de encarar la situación y optar por lo que realmente quería.
Por otro lado estaba Juan. Lo había conocido una noche en un club. Desde que lo vio, le gustó. Su porte era refinado pero no dejaba ocultar ese lado perturbador y peligroso. Era de esas personas de mirada sumamente fuerte y penetrante.
Esa noche ambos se quedaron conversando con una botella de whisky de por medio. Las horas pasaban y cada uno iba dejando a relucir su interés por el otro. Lo que vino después fue el comienzo de una etapa de excesos. Comenzaron a frecuentar casinos, carreras de autos, nightclubs y bares. Juan nunca perdía la frescura en el rostro incluso luego de las malas noches, el alcohol y las drogas que consumía. Siempre estaba listo para un día largo lleno de actividades, mientras Nadeo, dormía.
Al final del verano todo acabaría en ese pueblo y Nadeo tendría que regresar a su rutina. En el fondo necesitaba a Juan, finalmente era una de las pocas personas que había llegado a querer, la única persona que lo entendía. No podía renunciar a él porque lo necesitaba. Luciano era un idilio pasajero que estaba por concluir pronto.
-“Te ves muy pensativo. Bueno ¿Qué hay de interesante en este pueblo?” dijo Juan
-“No mucho. Sabes que es un pueblo pequeño y yo vine a ayudar a mi padre. No a divertirme”
-“Querido Nadeo, olvidas que te conozco como a la palma de mi mano y sé que no te has asomado siquiera al trabajo de tu padre”
-“Bueno si quieres podemos ir a dar un paseo en el auto más tarde” – “No, quiero ir a la playa”
Antes del mediodía tomaron sus gafas de sol y salieron hacia la playa. El viento era suave como para darle frescura al día y el sol brillaba fuerte como para dejarse contagiar por el ambiente de verano.
Nadeo no podía salir de la casa por su estado de recuperación pero insistió en ir, como si tratara de evitar cualquier contacto posible entre Luciano y Juan. Sabía que él estaría ahí. De hecho, así fue. Ambos estaban sobre la arena mirando el paisaje y a un par de niños jugando en el agua, cuando Luciano apareció con dos amigas. Se instaló metros más atrás y se sentó sin darse cuenta de la presencia de Nadeo, estiró la toalla y se puso un par de audífonos. Sus amigas fueron a bañarse muy cerca de la orilla mientras lo dejaban solo. Luego del chapuzón ellas regresaron y comenzaron a hablar de cierto joven que habían visto desde la orilla. Era una cara nueva y muy atractiva.
-“¿Es amigo de Nadeo Luque?” dijo una de ellas – “ Sí, debe ser amigo suyo, de la ciudad”
Luciano volteó y contrajo el hígado al verlos juntos. Tenían el descaro de aparecerse frente a él. Nadeo no tenía alma y no dudó en traer a Juan a la playa.
-“Lo odio” – “¿De quién hablas, Luciano? preguntaron
-“De nadie” respondió
Apenas las gafas oscuras de Nadeo camuflaban su mirada directa a Luciano. Sus ojos seguían cada movimiento suyo. Ese día su piel lucía tan suave. El sol le había dado un color perfecto y su pelo flotaba casi armoniosamente con la briza de mar.
-“Bueno, ya que estás tan elocuente mejor me voy a bañar. Muero de calor”
-“Anda, yo me quedo” respondió Nadeo.
Luciano sabía que era observado por Nadeo pero su enojo había puesto un muro entre ellos. Su única salida era soportar en silencio unos días más antes que él regrese a la ciudad y así pueda seguir en paz su vida, pensaba. En ese momento, como una sombra delante de Luciano apareció Fabián, como si su presencia hubiese sido convocada, y le pidió permiso para sentarse a su lado a tomar sol apenas este levantó la cara para ver de quien se trataba. Ambos conversaron un buen rato.
Todo era como una deliciosa confabulación. El destino marca giros y a veces es nuestro turno de estar arriba y no abajo.
Nadeo tomaba la arena caliente entre sus dedos y la aplastaba con fuerza. Era obvio como ese muchacho miraba a Luciano, su ternura le brotaba de entre esos ojos.
Fue peor cuando los vio pararse e irse caminando juntos. Su ira sobrepasaba por entre sus gafas oscuras de sol, sus labios palpitantes. Su ceño fruncido bastaban para no acercársele sino con el riesgo de salir muerto.
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