sábado, 17 de julio de 2010

VIII El Silencio



Abrió poco a poco los ojos para ver el sol entrando por la ventana. Su cuerpo estaba cansado, casi no había dormido. Apenas llegó se bajó del auto de Nadeo sin decir una sola palabra y corrió a su habitación. Las palabras que le dijo resonaban aún:

-“Si no me quieres volver a ver, lo entenderé”

Un desayuno pobre, un día pobre, un sentimiento pobre. Todo luce así, y es que posiblemente él también se ha equivocado.

Más tarde, tres días después de no salir de su habitación, por fin se aventura a verles la cara a sus hermanos en una cena que se organizó por el cumpleaños de Pablo. Luego de comer pastel, salió a caminar. En el pueblo ya se comentaba que Nadeo Luque estaba por viajar y sus padres le organizaban una fiesta. Sería un evento muy importante,y para Luciano, una oportunidad más de verlo, aunque ya estaba planeando alguna posible excusa para no ir y evitar un mal rato.

Del otro lado, desde una ventana que daba a la playa, Nadeo miraba el paisaje, unas pocas noches después el escenario sería distinto. Era casi imposible decidir qué llevar y qué dejar, la ropa de verano no le serviría en la ciudad, menos en el invierno que vendría, pero sería lo único que le recordaría fielmente a Luciano. La camisa de la noche que lo conoció, y con ella, el recuerdo de su mirada graciosa y su sonrisa tímida. Todo era un antes que ahora sería un hasta pronto.

A veces un simple gesto se termina por convertir en un hecho grandioso. Nunca sabemos lo que nos espera a la vuelta de la esquina. En ese viaje de verano, en la fiesta a la que no queremos ir, en una conversación tonta o en una sonrisa cortés

-¿Dónde estarás?

Lejos, Luciano estaba sentado en el bar de la plaza, con un grupo de amigos, en medio de una conversación y con algunas canciones de la rocola. En ese momento era imposible no jugar con el dedo sobre la superficie del vaso, helado, con esas gotas que se forman, igual que las gotas de sudor en el cuerpo, igual como cuando jugaba sobre la espalda de Nadeo.
Del otro lado, él, cerraba una caja con ropa y zapatos, cerraba un libro.

La noche de la fiesta, Luciano decidió ir para despedirse. Su presencia sería muy corta. Llegó con un grupo de amigos y todos pasaron al jardín. Nadeo estaba de traje recibiendo a los amigos de su padre y sonriendo para las fotos.
Todavía no se habían topado y la noche ya estaba avanzada. El padre de Nadeo hizo un brindis de honor, proclamó palabras para su único hijo, quien volvería otro año a su vida de futuro médico, trayéndole más logros a su familia. El pecho inflamado de su padre no cabía en ese cuerpo regordete. Más tarde, todos estaban bailando sobre la pista que se armó, brindaban y se regocijaban.
Sentado sobre una mesa solitaria, Luciano sonreía a cada gesto de sus amigos en la fila del baile.

-“¿Me puedo sentar?” – “Claro, estás en tu casa, Nadeo”
-“¿Te estás divirtiendo?” – “Es una bonita noche, una bonita fiesta. Tu padre se ha esmerado mucho”
-“Asi es, no lo veré en bastante tiempo, por eso quiso hacer algo especial”
-“¿Cuando te vas? – “Mañana por la tarde”
“Siento mucho las cosas que te he obligado a hacer, Luciano” – “No tienes que decir nada, ambos quisimos, desde el día que te conocí hasta la otra noche”

-“¿Podemos hablar en privado?”
– “No creo que tenga sentido ya” - "Esta es mi dirección, si algún día vas a la ciudad, búscame. Me gustaría ser tu guía, como tú lo fuiste conmigo".

La noche prosiguió como si nada hubiera pasado, salvo por Nadeo que desapareció y no se le vio más. Horas más tarde, luego del último almuerzo con sus padres, tomó su equipaje y partió a la estación.
El tren estaba ya listo para salir. Se despidió de su madre y de su padre, prometió llamar seguido. A las dos en punto el tren comenzó a avanzar. Poco a poco se iba alejando la imagen de la estación.
Como un espejo brillante por los rayos del sol, la costa se alzaba entre las últimas casas del pueblo.
Se quedaba atrás la playa, la plaza, el pequeño bar, la iglesia, la mansión que llegó a sentir como su hogar. Se quedaba atrás Luciano, sus comentarios de asombro e intriga a todas las cosas que él le contaba sobre ese mundo exterior que jamás había visto. Su risa tímida y las frases inteligentes que se esforzaba en decir para sorprenderlo. Ahí sentado mirando atentamente lo inmensidad del mar, Nadeo cerró los ojos para dormir, pero se cruzaban imágenes, esas imágenes que aparecen como un collage, velozmente.

Sobre una colina, cerca a las rieles del tren, Luciano estaba parado esperando el paso del tren. Minutos después lo logra divisar, apenas puede distinguir las ventanas pasar rápidamente. Luego que se fue, levanta su bicicleta y regresa en silencio a su casa. Es cierto que alguien se va, pero es cierto que también se queda.