
Muy temprano en la mañana del domingo de resurrección los Luque asistían a misa. Nadeo se sentó junto a su madre y no volteó un segundo a ver a Luciano que estaba casi detrás de él.
Las dudas de lo que había pasado la otra noche interrumpían en la cabeza de Luciano la prédica y cada palabra del cura. Su mirada estaba fija en la espalda de Nadeo, quien con un semblante fresco y despreocupado parecía haber olvidado todo lo sucedido. Incluso fue él la primera persona que se acercó a comulgar.
No era posible tal farsa, engañaba a todos con su aire formal y refinado. Cada gesto de bondad era una puntada en el hígado de Luciano. No sólo se sentía confundido, ahora no podía dejar de mirarlo pero la casa de Dios es terreno sagrado y no espacio de pensamientos extraños y era mejor dejar de darle vueltas a la situación.
En la puerta de la iglesia todos aprovechan para saludarse e intercambiar gestos hipócritas. La madre de Luciano decidió acercarse a los Luque parar invitarlos a almorzar a la casa grande. Nadeo agradece la invitación con una sonrisa casi macabra dirigida a Luciano quien con su mirada sigue exigiendo respuestas.
Al llegar a la casa, los sirvientes se apresuran a abrir las ventanas del comedor pricipal, los Luque son ubicados en la mesa junto a los hermanos de Luciano. La madre da inicio al almuerzo con una oración en memoria de su difunto esposo y comienza con las típicas charlas para alargar cada bocado que daban.
-“Entonces, Nadeo, tu madre me ha dicho que te gusta mucho el arte, ¿es cierto?
-“Asi es, soy un fanático de las pinturas. Siempre que puedo ir a alguna exposición, pues voy, haciéndome un tiempo entre las clases y el trabajo.”
-“¡Ah! Y ¿Trabajas?”
-“Asi es, en un clínica, además que aprovecho de hacer lo que más me interesa. Me gusta ayudar a la gente. ¿Sabe?, aun cuando uno lo tiene todo, siempre se debe dar lo mejor de uno mismo a los que lo necesitan”
“Eso mismo digo yo. Me gustaría tanto que le enseñases a Luciano de esa vida que llevas, tan interesante. Me dijo que la otra noche salieron a que conozcas el pueblo”
“Es cierto, Luciano me dejó gratamente complacido con el paseo”
De pronto un pedazo de cerdo se quedó atorado en la garganta de Luciano. La madre se altera y pide ayuda para su hijo que ya se marcaba asfixiado por aquel pedazo de carne. Nadeo se levanta y lo sujeta por detrás, lo aprieta contra su cuerpo y trata de darle fuertes envestidas. Varias veces presiona el delgado cuerpo de Luciano hasta que logra liberarlo de la asfixia. Poco a poco Luciano toma color humano pero pide excusas para retirarse a su cuarto a descanzar.
Nadeo decide ir detrás de él para supervisar que todo marche bien luego del incidente pero su intención no es esa. Entra a la habitación de Luciano a quien encuentra recostado sobre la cama
-“No te sientas mal, cualquiera puede casi morir asfixiado por un pedazo de carne en la garganta”
-“Aquí puedes dejar de fingir, Nadeo”
-“No entiendo de qué hablas, niño”
-“De aquella pose que pretendes mostrarle a los demás. Dudo que tu familia sepa que dejaste tu carrera de medicina”
-“No lo saben pero apuesto a que tampoco saben lo bien que besas”
-“¿Me estás chantajeando?”
-“No, te estoy pidiendo más”
Nadeo se lanza sobre la cama y deja casi inmovilizado a Luciano. Lo mira fijamente y pasa la lengua por todo su cuello.
-“Espero que no vayas a gritar muy fuerte, recuerda que hay gente afuera y te pueden oír”
-“Estás demente”
Nadeo lo carga y lo lleva violentamente contra la pared, muy cerca a la puerta que se dirige hacia el baño
-“Entonces aquí estará mejor. Hay menos eco, así podrás decirme cualquier cosa sucia que se te ocurra”
-“Suéltame”
-“¿Es una orden? No siento que sea una orden sino más bien un acto de disimular que te gusta lo que estoy haciendo”
-“Nunca lo he hecho antes”
-“Entiendo, entonces lo dejaremos para alguna ocasión especial”
Nadeo acomoda su ropa, peina su pelo y sale sonriendo de la habitación dejando atrás su pose amenazante. Para el final de la tarde los Luque deciden quedarse a tomar el té mientras ven el atardecer. Luciano no había salido de su habitación desde el incidente en el almuerzo y sólo se quedó frente a la ventana. Lo mejor es dormir y olvidar algunas cosas, en especial cuando el día se ha hecho tan largo, piensa.
La paz de la medianoche se interrumpió con un ruido en la ventana de Luciano. Alguien aventaba pequeñas piedras para intentar despertarlo. Él la abre y casi somnoliento reconoció de quién se trataba. Su corazón comenzó a latir más fuerte.
-“Vamos, baja. Vamos a dar un paseo”
-“Es muy tarde. Estás loco”
-“Si no bajas comenzaré a gritar y todos se despertaran, ¿entiendes?”
Diez minutos después Luciano estaba caminando casi sin rumbo junto a Nadeo quien lo miraba dulcemente por sus gestos de casi dormido. Llegaron a la playa y se quedaron viendo el mar un par de minutos.
-“Estuve pensando en algo que dijiste en la tarde y tienes razón. Lo que pasa es que mis negocios son más importantes que la carrera de medicina, y no quiero causar problemas, menos a mis padres, ya vivo solo varios años y sé lo que hago. No soy una mala persona. Lo sabes”
-“Muy bien, no juzgaré lo que haces”
-“¿Nadamos?”
-“¿Ahora?”
-“Si, pero tienes que quitarte toda la ropa”
Dos sombras jugaban como niños entre la penumbra. Juegos de niños que dejaban de ser inocentes, cuando hay más roces, cuando hay más miradas. Cuando el cuerpo de Nadeo deja de ser dócil y se avecina sigilosamente, impávido y decidido, lanza a Luciano a la orilla, contra su cuerpo, contra la arena donde revolotea cada centímetro de él. Entre tantos giros llega ese momento que rompe la armonía y se torna doloroso, pero dura poco, la efervescencia dopa el cuerpo.
Se sentía extraño. Esa sensación de posesión física era nueva, indescriptible en un lenguaje inexperto. No causaba alarma sino comodidad.
Al llegar a su habitación, Luciano se metió a la ducha, había mucha arena en su pelo. Luego se fue a la cama pero no dejaba de pensar en eso que vio, en eso que hizo. Si estaba bien o estaba mal, si era posible que ese hecho no sea solamente físico. Por unos días esas preguntas lo rondaron, y solamente quería que una persona las respondiera. Finalmente llegó la oportunidad en la cena de la viuda Lorca que cumplía 80 años y que organizaba la fiesta más grande de la ciudad.
Luciano apenas vio a Nadeo corrió a saludarlo como si quisiera continuar lo que dejó pendiente en la playa esa noche. Pero fue extraño que le respondiera con un austero “hola”, como si apenas lo conociera de vista. Es más, continuó de largo y sin siquiera mostrar un poco de amabilidad, siempre sonriendo y saludando a los extraños mientras Luciano se quedaba tieso en medio del comedor principal de la casa. Es posible que hayan cosas que no se deban ver, y debamos evitarlas, pero es humano sentir curiosidad y buscar eso que sabemos va a terminar sucediendo. Por eso, luego de dar varia vueltas por la fiesta para olvidar lo que pasaba, Luciano camina directo a Nadeo pero lo ve conversando muy de cerca con un de las nietas de la viuda. Su pose era de galán , iba provocando con ella. Le hablaba al oído y le arreglaba el pelo. No era imagen que Luciano entiendiese del todo. Pasan unos minutos, casi sin moverse, y decide irse. Solamente se le ocurría un lugar para pensar.
Se quedó mirando al cielo, auque ya casi se le cerraban los ojos, en especial con el ruido de las olas que parecen arrullar el cuerpo. De pronto una sombra obstaculizo su vista hacia arriba. Nadeo lo miró y le dijo:
-“sabía que estarías aquí. Eres tan predecible”
-“No tengo ánimos de verte.”
-“¿Hice algo malo? No me digas que esperabas un beso delante de todos porque nunca pasará"
-“No es eso, no me pasa nada. Solamente quiero estar solo. ¿Te puedes ir?
-“No me iré. Ya te dije que vine por ti”
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