
..."Hay días frescos entre tanta sofocación. A veces no solo viene del cuerpo sino del alma"...
Por la tarde fue a buscar a Luciano y sin explicarle nada lo llevo a una vieja bodega cerca al centro. Era un secreto que Nadeo insistía debía mostrarle en cuanto antes.
Al llegar al lugar, encontraron una puerta con un candando, Nadeo la abrió para entrar y sacar la motocicleta que mandó traer. Su afición por las máquinas y la velocidad lo habían hecho pedir un juguete nuevo.
-“¿Te gusta?”
-“Nunca me subí a una motocicleta”
-“Seguro tu madre no te lo permitía pero ahora tienes la perfecta oportunidad. Iremos por toda la costa los dos juntos lejos de todos. ¿Te gusta la idea?”
Ambos se embarcaron en aquel viaje improvisado. Nadeo llevaba el pelo suelto y detrás de él, sujetado a su cintura, Luciano,iba divisando el paisaje, a tanta velocidad que hacía que cada imagen se tornase borrosa. El paisaje los enmudecía a los dos.
Al pasar los primeros kilómetros, la velocidad aumentaba y Luciano se sujetaba más fuerte de la cintura de Nadeo.
-“Baja un poco la velocidad, nos vamos a matar”
-“No te oigo, pequeño”
Todo era en vano, solo lograba que suba más la velocidad y casi ya podía sentir como el viento cortaba su respiración.
Pronto llegaron a un punto del camino y Nadeo frenó lentamente
-“Desde acá se puede ver todo. Es como el cielo, la parte más alta del camino. Incluso se ve la ciudad. ¿Ves?”
-“Podrías ir más despacio. Algún día te vas a matar”
-“¿Sabes que eres igual a Juan? Te andas quejando de todo”
-“No sé quién es”
-“olvídalo, no importa”
-“No,¡dime!”
-“Nada, es un amigo que vive conmigo, olvídalo. Vamos a quedarnos un rato, este tipo de paz no es muy cotidiana donde vivo”
Esa tarde casi comenzaba a terminarse. El sol iba cayendo al mar y el cielo se tornaba de rojo intenso. Ambos se quedaron uno frente al otro. Las cejas de Nadeo terminaban por dibujar un gesto tierno que Luciano jamás había visto antes. En su cabeza comenzaba a idealizar algunas situaciones. Pensaba qué sería del resto del año cuando el verano acabara y Nadeo regresara a casa. Había tantas posibilidades pero por lo menos en ese minuto lo tenía frente a él. Pensaba que jamás se cansaría de verlo.
-“Siempre me pregunté qué piensas cuando te me quedas mirando”
-“En ti, en lo extraño que me siento cuando estoy a tu lado, Nadeo”
-“Si la eternidad pudiese ser comprada Luciano, qué no daría para vivirla siempre asi, como ahora”
De regreso a la ciudad, ambos estaban callados. La velocidad no impedía que Luciano oyera los latidos del corazón de Nadeo. Su cabeza reposaba en su espalda y era como sentir que estaba sobre su cama, tan tranquilo, tan a gusto. />-“No sabía que me iba a pasar cuando decidí venir aquí pero me gusta. Me gusta mucho”
Aquellas palabras resonaron en toda la carretera. Mientras iba pronunciándolas subía más la velocidad como si no quisiera que Luciano oiga declaraciones tan reales y sinceras, diferentes a lo que siempre sabía decir, sin disfraces ni adornos, sólo frases que salían solas y eran perfectas
-“Vamos al fin del mundo, Luciano. Yo te llevo hasta donde nadie te ha llevado antes”
Luciano se quedaba callado pero dentro de él gritaba que quería ir a donde lo llevara. Fue posiblemente el momento más feliz que tuvo pero así como la luz de una vela titilea cuando ya casi se va a apagar, en la vida hay cinco segundos en que vemos desfilar a la muerte que aparece de cerca y convierte todo en penumbra.
Un auto apareció cerca al cruce del tren, por la via auxiliar de la carretera. Nadeo llegó a verlo pero era tarde para frenar pues el golpe lo hizo volar contra el auto y a Luciano, varios metros mas allá hacia los matorrales.
Aún estaba consiente cuando se vio tirado sobre los arbustos tratando de levantarse para ir a buscar a Nadeo que estaba entre los cristales del auto. Poco a poco sus fuerzas se fueron y su pierna no le respondió. Horas más tarde una ambulancia llegaba a recogerlos raudamente. Dentro de ella, Luciano volvió a tomar conciencia y miró a su alrededor. Su único afán era encontrar a Nadeo y asegurarse que estuviera bien pero apenas veía sangre.
Esa noche Luciano salió de alta. Llevaba un brazo roto y varios rasguños en la cara. Seguía mirando hacia el piso tres del hospital donde descansaba Nadeo, aún con signos vitales muy débiles.
Una corriente húmeda trajo consigo una lluvia ligera que no llegaba a ser helada pero refrescaba los caminos calientes, la temperatura de la ciudad, el ardor de los miedos. Luciano llegó a casa para tratar de dormir pero no pudo, toda la noche tenía las últimas palabras que dijo Nadeo dando vueltas en su cabeza, como si él estuviera ahí diciéndoselas. Por la mañana, se levantó temprano para ir a verlo y desde ese momento comenzó la guardia en el jardín del hospital, sentado desde lejos mirando hacia la ventana del cuarto donde lo tenían. Horas de horas esperando que se recupere y que no lo deje. Era muy temprano para aceptar que el sueño se había roto. Era injusto tocar el cielo con un dedo y luego caer sin poder llegar del todo hacia él.
Los días pasaron y no hubo ganas de playa, de paseos, de juegos, todo era tan triste. Incluso las noches, frescas o lluviosas, calurosas o sofocantes, todas eran un puente entre un hoy y un mañana.
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